viernes, 21 de marzo de 2014

[Día Cero]. Capítulo 1


[1]



Cada día que pasa es un nuevo reto. Me despierto como por arte de magia y pasan varios minutos hasta que me doy cuenta donde estoy. No lloro. Ya ni siquiera tengo fuerzas para eso. Siento el peso de todo este dolor en cada movimiento rutinario. Mis manos, mis piernas, incluso mis ojos parecen no querer aceptar la realidad y volver a darle vida a mi cuerpo. 

Me vuelvo a tapar y de nuevo recuerdo sus buenos días, su forma tan peculiar de arroparme cada noche y su preocupación constante por mí. Y justo en este instante de lucidez parcial comprendo que a partir de ahora nadie volverá a ofrecerme su corazón incondicionalmente como lo hacía ella.


Lo voy a llamar “día cero”, no por las ganas de renovarme o  ser feliz, sino porque siento que mi corazón está igual de vacío por dentro y que nada ni nadie podrá nunca llenar el hueco que deja la pérdida de una madre. Muchos lo intentarán, pero es como una hoja de papel; una vez arrugada, por mucho que intentes volver a darle su forma original, no lo conseguirás. 

Exactamente así se encuentra mi corazón hoy.





Continuará...

viernes, 1 de noviembre de 2013

[Aeropuertos]



Cada vez que pienso en los aeropuertos se me ocurren mil maneras de definirlos. Podría optar por la definición académica. Según la RAE, el aeropuerto es “un terreno llano provisto de un conjunto de pistas, instalaciones y servicios destinados al tráfico regular de aviones.” Pero me parece que lo que algunos buscamos es ir más allá y encontrar la verdadera esencia de esta palabra, tan simple y tan compleja a la vez.

Reflexionar sobre la mezcla de sentimientos, personas, ilusiones, miedos y esperanzas que hay en los aeropuertos podría ayudarnos. Son esos sitios que amamos y odiamos a la vez, en los que reímos y lloramos. En definitiva, donde hasta el más mínimo gesto se queda para siempre en nuestros corazones. 

Desgraciadamente, parece que hasta que no tenemos lejos a las personas queridas no las valoramos lo suficiente. Y sí, es una frase muy típica, pero ¿alguna vez os habéis parado a pensar en todo lo que vuestros padres, hermanos o amigos significan para vosotros? ¿Alguna vez, sin motivo alguno, habéis demostrado vuestros sentimientos sin miedo? 

Parece ser que ahora lo que está de moda es hacerse el insensible. Nos lo guardamos todo en el fondo de ese pequeño corazón que está harto de aguantar nuestras estupideces. Delante de los demás siempre estamos bien, pero en la soledad de nuestras habitaciones analizamos hasta el más mínimo detalle de lo que sentimos. Típicas frases como “si no me habla es porque no le importo”, “¿y si no le gusto?”, “¿y si tiene novia/o?” (y la lista es infinita) hacen que no disfrutemos de la esencia de la vida. Queremos que todo nos salga perfecto a la primera de cambio, sin esfuerzos, sin errores, sin torpezas. 

Pero ya va siendo hora de que despertemos de una vez y dejemos que el corazón hable, sin miedo a fallar. Las oportunidades se nos presentan en la vida por algún motivo y no debemos desperdiciarlas. Nadie hará las cosas por nosotros y tenemos que decidir si vamos a ser de los que esperan a que pase un milagro o de los que hacen algo para que pase.


Hagamos que cada instante sea tan intenso como lo son los abrazos y los besos en los aeropuertos. 

Disfruta de cada momento: con amor, con dulzura, lento, rápido, sin miedo. Como quieras, pero ¡hazlo!
 


domingo, 7 de julio de 2013

[Rendidos a la distancia] - Capítulo 10.



[10]

Estaba al lado de María, acariciándole suavemente el pelo mientras dormía, y me sentía el chico más afortunado del mundo. Ella había cambiado mi vida y lo mínimo que se merecía era que hiciera un sacrificio por nuestra relación. Lo tenía decidido, no había vuelta atrás. Me di cuenta que no podía vivir sin ella en cuanto cogí el primer avión para venir a verla después del accidente. 

De repente escuché un pitido. Era una de las máquinas que estaban en la habitación del hospital. A mi pequeña le pasaba algo. Estaba muy asustado, pero hice lo primero que se me ocurrió: llamar rápidamente al médico.

Daniel no tardó ni un minuto en llegar y segundos después también estaban ahí dos enfermeras. Intentaron reanimarla sin éxito, hasta que decidieron llevársela para una operación urgente. Yo quise entrar, pero no me dejaron. Me quedé en la puerta mientras ella se debatía entre la vida y la muerte. Me sentía la persona más inútil del mundo. ¿De qué le servía a ella todo mi amor si no era capaz de hacer nada? No dejaba de pensar en nuestro único beso y lo que realmente quería era volver a tenerla entre mis brazos y no soltarla jamás.

     Después de una hora esperando junto a su madre, el médico salió y se nos acercó. En su cara se notaba la tristeza, pero no queríamos perder la esperanza.

    - Siento deciros esto, os juro que he hecho todo los que estaba en mis manos, pero el corazón de María no ha superado la operación. – dijo el médico con los ojos llenos de lágrimas –
     - ¡Esto no puede ser verdad! ¡Usted dijo que se estaba recuperando sin complicaciones!  – gritó Ana, su madre –
- Su hija ha sufrido un infarto en el último momento. Su corazón ha luchado hasta el final, pero me temo que no hemos podido hacer nada más. Lo siento muchísimo. – contestó Daniel –  
 
La madre de María rompió a llorar y yo lo único que pude hacer fue abrazarla. Sentía como si alguien estuviera clavándome mil cuchillos en el corazón. Estaba hundido, destrozado y se me habían quitado las ganas de vivir. Sin ella no quería seguir adelante. No podía haber pasado en un momento peor; justo cuando estábamos cerca, con muchos besos y abrazos pendientes y millones de planes para el futuro. No era capaz de hacerme a la idea de que una persona tan joven y llena de vida nos había abandonado.

Ese día soleado se transformó en uno nublado y lluvioso. Era como si María, desde algún lugar, estuviera llorando a través de la lluvia por no poder seguir más en nuestras vidas. Yo me sentía vacío y ya ni sabía si mi corazón se había roto en mil pedazos o ya no lo tenía, porque no era capaz de distinguir nada  más allá del dolor.

El día del entierro no me sentía capaz de salir de su habitación. Quería recordar su olor, ver sus fotos, su ropa y sus libros amontonados desde la última vez que había estudiado.

En el último momento decidí salir a despedirme de ella junto a los demás. Llegaron todos sus amigos, familiares y parte de los profesores que le habían dado clases desde el instituto hasta la universidad. Nunca me había sentido tan vacío. Cada vez que miraba a mi alrededor me parecía verla, pero dos segundos después ya no estaba. En el ambiente se respiraba tristeza y yo me derrumbé delante de todos. Le pregunté a su madre si podía quedarme unos días con ella y me dijo que sí sin pensarlo.

Pasaban los días y yo no era capaz de seguir con mi vida. Dormía en su habitación y sentía su olor cada segundo. Por las noches tenía la extraña sensación de que alguien me abrazaba y quería creer que era ella, pero mi cabeza me decía que me estaba volviendo loco.

Meses después ya vivía solo en un pequeño piso alquilado, gracias a que mis padres hacían el esfuerzo de mantener mi vida de universitario en otro país. María ya no estaba y a pesar de mis intentos fallidos de olvidarla, parecía como si el corazón se me partiera cada vez en más pedazos en vez de unirse de nuevo. Su tumba era como un refugio para mí los días que me invadía el dolor y la lluvia me recordaba a nuestras conversaciones, en las que tantas veces me decía que adoraba tumbarse en el sofá y escuchar las gotas pegando en el cristal.
 

Fin.

lunes, 24 de junio de 2013

[Rendidos a la distancia] - Capítulo 9.

[9]



Por la tarde mi madre me acompañó al pequeño parque que había al lado del hospital. Me explicó que el sonambulismo que tenía de pequeña me afectó de nuevo y al salir de casa por la noche tuve la mala suerte de que le fallaran los frenos del coche al chico que conducía.

Todavía estaba confundida y sin entender muy bien por qué justo en ese momento estaba volviendo esa parte de mi vida. Sin pensar más en ese tema, empecé a preguntarle a mi madre sobre la universidad. Tenía que hacer los exámenes finales y me sentía inútil, ya que sabía que eso conllevaba una beca no concedida y un verano estudiando. Ella logró tranquilizarme y me acompañó hasta mi habitación de nuevo.

     Estaba tumbada en esa cama tan incómoda e intentando encender la tele, cuando de repente me acordé de Robert. No sabía que estaba en el hospital y el miedo a que pensara otra vez que me había olvidado de él me invadió.

     - ¿Mamá, cuánto tiempo llevo aquí? – pregunté muy preocupada - 
     - Poco más de una semana. ¿Pero por qué me lo preguntas?
     - Por nada. Simplemente me siento un poco perdida y necesito saberlo.
– contesté intentando ocultar mis sentimientos – 

Sentía mi cuerpo cada vez más débil y sabía que me quedaría dormida pasados unos minutos.

De nuevo noté esa sensación de incertidumbre al despertarme, pero no vi a nadie cerca. Giré mi cabeza con gran dificultad hacia la derecha para buscar el teléfono y me di cuenta de que una persona estaba durmiendo en el sillón que había al lado de mi cama. Sabía que era alguien joven pero no podía ver su cara. Sin embargo, me quedé mirando hacia ese lado hasta que mi corazón empezó a latir cada vez con más fuerza. ¡Era Robert! No, no podía ser verdad. Él estaba a miles de kilómetros y, además, no podía haberse enterado de mi accidente.

Me quedé en blanco durante unos segundos, hasta que vi a esa persona levantarse y acercarse a mi cama. Mi corazón me decía que era él, pero mi cabeza lo negaba. Nuestras miradas estaban cada vez más y más cerca, hasta el momento de la conexión. ¡Sí, era Robert! Su suave cara, sus ojos marrones y sus labios perfectamente definidos me cautivaron. Estaba viviendo el momento que tanto había esperado.

      Se acercó lentamente y me dijo:

     - Hola, dormilona. ¿Cómo te encuentras? 
     - Un poco mareada, pero bien. – contesté ansiosa –
     - Se te veía tan tranquila durmiendo que no quería despertarte. 
     - ¿Pero qué haces tú aquí? ¿Cómo sabes lo del accidente? – pregunté –
    - Me avisó una amiga tuya. Por lo visto sabía toda nuestra historia y en cuanto se enteró que el accidente fue grave no dudó en decírmelo. Y aquí me tienes pequeña. No pienso abandonarte nunca. – me dijo mirándome fijamente – 
   - No digas eso sólo por cumplir. Los dos sabemos que no es verdad. Cuando me recupere te irás y volveremos a estar lejos.
    - Lo digo totalmente en serio. He hablado ya con mis padres y van a intentar pagarme los estudios aquí. Tendré que aprender el idioma, pero tengo todo un verano por delante y a la mejor profesora del mundo a mi lado.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me sentía la persona más afortunada del universo, pero no sabía si creérmelo. Podría ser un sueño del cual me despertaría rápidamente, o alucinaciones provocadas por la medicación.

Robert se acercó lentamente y acarició mi mano con suavidad. Sentí algo parecido al estallido de mil fuegos artificiales justo en el sitio donde me rozó. Mi corazón latía con mucha intensidad y notaba como mis pupilas se dilataban. Nuestros labios estaban cada vez más cerca y nuestras miradas se buscaban, deseando encontrarse. ¡Tres, dos, uno, explosión! Era el primer beso que me daba y sin duda lo recordaría mucho tiempo después. Millones de sensaciones se juntaron en ese momento y deseaba que fuese eterno. Él se tumbó en la cama conmigo y yo me quedé dormida en sus brazos mientras me acariciaba el pelo. Me sentía a salvo, como si nada malo me pudiera pasar a su lado.

Continuará

[...]